“Los sueños se transforman en la realidad de la acción. De las acciones brota el sueño otra vez; y esta interdependencia produce la más alta forma de vida”.
Quizá cuando intentamos acercarnos al mundo de los sueños de una forma racional y analítica se pierde la magia envolvente de esta cita de la escritora americana Anais Nin. El sueño como motor de la realidad, aquello que transforma nuestras vidas en un recipiente lleno de sentido. Sin embargo, la neurobiología se encarga de desencantar el mundo con sus “ofensivas” ideas.
Según los paradigmas más actuales de esta disciplina, los sueños no tienen nada que ver con unas perspectiva de futuro, con la gestación de un acción susceptible de cambiar la realidad. Los últimos descubrimientos muestran que la función del sueño es la de consolidar nuestra memoria reciente. Usando términos cibernéticos, se podría considerar que el sueño cumple unas funciones análogas al proceso de desfragmentación de la memoria en las computadoras.
Aunque se da por descontado que el acto de soñar es totalmente individual, el hecho de compartir un mismo contexto nos sugiere que nuestros sueños están mediatizados socialmente. ¿Qué tiene de cierto esto? ¿Soñamos diferente en función de nuestros atributos sociales?
Según un estudio que hemos realizado en Empirica Influentials & Research entre la población española, el sexo y la edad son variables que influyen en diferentes aspectos de nuestros sueños. Lo que no se puede discernir es si estas diferencias son debidas a pautas biológicas o a distintos patrones culturales. Veamos los resultados más interesantes de este estudio.
En lo que hace referencia al género, se observa que las mujeres acostumbran a recordar los sueños en mayor medida que los hombres. Ellas sueñan siempre o casi siempre en un 56,3% de los casos, mientras que para ellos el porcentaje es del 45,2%. Esto, sin embargo, no implica que el resto de encuestados no sueñe; simplemente no recuerdan lo que han soñado. Globalmente, el 2,4% de la población no recuerda nunca lo soñado la noche anterior… Muy probablemente Baltasar Gracián, filósofo del Siglo de Oro español, pertenecía a este grupo: “los sueños no te llevarán a ninguna parte; una buena patada en los pantalones sí te dará un largo camino”. De alguna manera tenía que justificar sus carencias oníricas.
Otra diferencia entre hombres y mujeres deriva del hecho que ellas explican mucho más lo que han soñado que ellos. Las mujeres explican siempre o casi siempre sus sueños a familiares o conocidos en un 25% de los casos; los hombres sólo lo hacen el 13,3% de las veces.
La edad es otro factor que puede influir en nuestra manera de soñar. Los individuos de más de 45 años tienen sueños eróticos en un 14,7% de los casos y los de menos de 35 años, en un 32,4%. Los jóvenes también tienen más sueños aventureros (28,4%) que los más maduros (8,8%). Finalmente, los jóvenes sueñan cosas surrealistas en el 45,1% de los casos, porcentaje que baja hasta el 22,1% cuando hablamos de los mayores de 45 años.
Es interesante observar el tipo de sueños que tienen los encuestados. Aunque parezca que cada persona sueña cosas distintas, la realidad muestra que hay algún tipo de sueño muy recurrente. Los sueños más reiterados entre la población son aquéllos en los cuales las personas se caen (8,9%) y vuelan (8,2%). Acciones parecidas, aunque produzcan sensaciones totalmente distintas: angustia en la caída; libertad en el vuelo.
No sólo la neurobiología desmagifica la vida al desmagificar los sueños. Los estudios sociales también aportan datos racionales, rigurosos, analíticos, fríos, impersonales, que nos dan la idea que la vida se puede entender sólo con el uso de los números. Pero olvidan que no sólo se sueña cuando uno está dormido; los mejores sueños son aquellos que uno tiene mientras está despierto. Y creo que a esto se refería Nin en la cita que encabeza este artículo.
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