Según una encuesta realizada por la Fundación Bertelsman, el 88% de los alemanes y el 90% de los austríacos reclaman un cambio del modelo económico por el cual nos regimos. Pero este no cambia. Pese a las duras consecuencias que está teniendo la crisis económica para la vida cotidiana de las personas, sobre todo en los países del sur de Europa, la tendencia política está llevando a exacerbar en su extremo las recetas económicas prescritas por los ideólogos neoliberales. Es decir, a impulsar aquellas mismas medidas que nos han hecho entrar en uno de los períodos de recesión económica más importantes que se recuerdan en este país. Como dice el proverbio chino, lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar.
El sistema no cambia. Pero sí que lo hace la mentalidad de las personas que hacen posible el funcionamiento de éste. ¿Hasta cuando puede seguir existiendo esta alienación del individuo respecto al modelo económico en el cual se abastece materialmente? ¿Qué es lo que explica que, pese a las actitudes contrarias de las personas, el modelo de crecimiento basado en el capitalismo salvaje siga subsistiendo? Ya se sabe que criticar es muy fácil. Destruir supone poco esfuerzo. Simples especulaciones no nos llevarán a ninguna parte, tan sólo permitirán llenar los huecos de aburrimiento de las sobremesas de un domingo a la hora de comer. Hay que empezar a construir alternativas viables.
La economía del bien común, desarrollada, entre otros, por el economista austríaco Christian Felber, miembro de ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones Financieras y por la Ayuda a los Ciudadanos), es un intento de dar respuesta a las necesidades de cambio de modelo económico. El punto de partida de este paradigma económico radica en la conscienciación de la contradicción entre aquellos valores deseables socialmente y aquellos valores que, efectivamente, se derivan de las reglas del juego capitalista. Se desea la solidaridad, el altruismo, la confianza, la cooperación. Pero lo que se obtiene es competitividad, individualismo, egoísmo.
Según mi opinión, el gran acierto de la teoría de la economía del bien común reside en el hecho que ésta no considera que el ser humano sea bueno por naturaleza. No parte del punto de vista, ingenuo e idealista, según el cual la humanidad comparte, como conjunto, un mismo objetivo histórico, un fin teleológico basado en la idea de la perfección virtuosa del ser humano. Según la economía del bien común, tanto las valores deseables como los valores no deseables forman parte de la misma naturaleza humana.
Sin embargo, lo que provoca que ciertas actitudes salgan a la luz no depende tan sólo de esta naturaleza, sino que las reglas que rigen la vida económica juegan un papel muy importante en la exacerbación de los lados más oscuros del ser humano. La competitividad y el afán de lucro, actitudes derivadas del sistema económico actual, impulsan la irrupción de valores no deseables socialmente. Según el paradigma de la economía del bien común, un cambio en las reglas es necesario para promover el desarrollo de los valores deseables. Cambiando las reglas se podría conseguir que los fines fueran la búsqueda del bien común y de la cooperación.
En un nivel macro, hace ya muchos años que se ha tomado el PIB como principal indicador del bienestar de una sociedad. Sin embargo, el PIB mide tan sólo los recursos monetarios, que tendrían que ser un medio para llegar a un fin (digámosle “felicidad” o “calidad de vida”), y no un fin en si. En este sentido, resulta curioso observar el caso del estado asiático del Bhutan, un oasis en un mundo globalizado económicamente. En este país, el gobierno ha dejado de utilizar el PIB como indicador del nivel de bienestar de la sociedad. En Bhutan se utilizan un conjunto de indicadores, obtenidos a partir de la realización de encuestas a la población, que persiguen la medición de la felicidad, la meta a la que debe llevar cualquier sistema económico. El dinero ha dejado de ser un fin para convertirse en lo que realmente es: un medio.
En un nivel micro también se han confundido los medio con los fines. Las empresas, impulsadas por la propia lógica de acumulación y de competición inherentes en las reglas de juego capitalistas, ven el beneficio como un fin en si, cuando este debería ser, simplemente, un medio para conseguir el bienestar de los actores implicados en el desarrollo empresarial. Por muchos beneficios que obtenga una empresa, no sabremos nada alrededor de las condiciones (sociales, medioambientales…) bajo las cuales se ha conseguido dicho beneficio.
Aquí es donde entra la idea más innovadora aportada por la teoría de la economía del bien común. Hay que conseguir, mediante cambios estructurales en las legislaciones nacionales, desplazar el objetivo del beneficio empresarial hacia el objetivo de los valores inherentes en la matriz del bien común. La matriz del bien común es una tabla de doble entrada que relaciona indicadores de bienestar (solidaridad, dignidad, sostenibilidad ecológica, participación democrática y justica social) con diferentes agentes implicados en el desarrollo de una empresa (trabajadores, proveedores, clientes…).
En cada una de las casillas de esta matriz se establece un nivel de puntuación máxima. Dependiendo del grado de adecuación del comportamiento de una empresa a los objetivos marcados en cada una de las casillas, ésta recibirá una puntuación mayor o menor. Una empresa que utiliza mano de obra infantil, por ejemplo, tendría una muy mala puntuación en la casilla que relaciona “dignidad humana” con “trabajadores”.
Cada una de las casillas tiene una puntuación máxima distinta, establecida democrática y participativamente en función de las prioridades de la ciudadanía. De hecho, la idea que está promoviendo Felbel es la construcción de una matriz entre todos aquellos agentes que deseen implicarse en el proyecto, de una manera deliberativa y participativa. Quizá es en este punto donde la idea de la economía del bien común es más difícil de aplicar: a los problemas en la definición colectiva de lo que se debe entender por felicidad, se le suman los altos costes burocráticos derivados de controlar cada una de las variables para todas las empresas de un país. No todo puede ser perfecto.
¿Qué implicaciones tiene para una empresa el hecho de haber obtenido unas altas puntuaciones en la matriz del bien común? Aparte del reconocimiento social (similar al que otorgan las etiquetas de producción ecológica a determinados tipos de productos) se le suman ventajas fiscales: reducción en las tasas de impuestos de sociedades, reducción de las tasas aduaneras, créditos a intereses reducidos, prioridades en las compras públicas y cooperación con las instituciones universitarias.
Además, el paradigma de la economía del bien común persigue convertir el beneficio empresarial en un medio, y no en un objetivo en si. Para conseguir esto, se propone que el beneficio sirva para reinvertirlo en la propia empresa para realizar repagos de deuda, retener reservas, proporcionar créditos sin interes a otras empresas que lo requieran y, finalmente, la repartición de dividendos entre los trabajadores de dichas empresas. Además, también se propone el establecimiento de ciertas limitaciones. Se tendrían que prohibir las inversiones financieras (responsables de juegos especulativos que llevan a la creación de burbujas económicas), las compras de empresas por parte de otras empresas en contra de la voluntad de las primeras (OPAs hostiles), la distribución de dividendos a personas que no trabajan directamente en la empresa y, finalmente, con la intención de mejorar la calidad democrática de un sistema político, se propone la prohibición de las donaciones económicas a los partidos políticos.
Se trata de un conjunto de medidas que rompen con el status quo dominante, la aplicación de las cuales generaría, sin lugar a dudas, grandes resistencias por parte de los que ahora mismo ostentan el poder, ya sea económico o político (o ambos a la vez…). Sin embargo, el paradigma de la economía del bien común presenta ideas muy a tener en cuenta si realmente nos planteamos vivir dentro de un sistema económico donde lo primordial sean las personas, y no los euros.
Fotografía: Digimist
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